Por Mandy Barrios
Publicado originalmente na Revista Bravas, é uma revista da Articulação Feminsita MarcoSur que busca transmitir uma visão de mundo combinando jornalismo e enfoque feminista.
Un dedo índice atravesando la boca, símbolo universal de silencio, fue lo único que necesitaron miles de hombres para que nadie los descubra. Fueron siglos de ocultación. Años y años en los que las mujeres no nos animamos a denunciar. Hasta que decidimos empezar nuestra propia revolución.
En América Latina también nos sentimos acosadas y soportamos en silencio las miradas, los comentarios, los viejos babosos, los bocinazos y las manos fuera de lugar. Sentimos y sabemos que aún tenemos menos libertad y poder. Por eso, cuando explotó el escándalo en Estados Unidos muchas dijimos “Yo También”, la traducción al español del #MeToo. También 60 mil latinoamericanas mueren al año a manos de un hombre. También nos avergüenza que de los 25 países con más feminicidios en el mundo, 14 sean en el cono sur, según ONU Mujeres.
La revolución #MeToo es la última explosión que se desencadenó cuando el famoso productor de cine estadounidense Harvey Weinstein, quien disparó estrellas como Quentin Tarantino, fue acusado por cientos de mujeres por abuso sexual. La furia producida por esa infamia no quedó enterrada como otras veces. Se desparramó, en cambio, hacia otros estamentos de la vida social del país, incluido el ámbito privado. Lo que empezó como el cuentito de siempre esta vez se transformó en algo mucho más grande.
La frase no es nueva: #MeToo ya había sido utilizada en 2016 por la activista social estadounidense Tarana Burke. Antes de que Twitter existiera, Burke participó de una campaña en la red My Space para promover el empoderamiento de las mujeres negras a través de la empatía y utilizó estas palabras. Pero la historia había comenzado una década antes, mientras trabajaba en un campamento para niñas. La activista escuchó el testimonio de una niña que había sufrido abuso por parte de un familiar y no pudo decirle nada más ni nada menos que “yo también”.
En octubre de 2017 fue la actriz estadounidense Alyssa Milano quien escribió en su cuenta de Twitter: “Si todas las mujeres que sufrieron acoso sexual escribieran #MeToo como status, quizá le daríamos a la gente una noción de la magnitud del problema”. Pero esta vez las redes sociales permitieron que la historia cruzara fronteras.
El lema fue compartido más de 200 mil veces el 15 de octubre, y tuiteado más de medio millón al siguiente día. El hashtag #MeToo ha sido utilizado por más de 500 mil internautas y se extendió en al menos 85 países. En Facebook, 24 horas después de la publicación de Milano, se registraron unos unos 4.7 millones de conversaciones relacionadas al tema. Poco a poco, las mujeres se animaron a contar. Primero una, después otra y otra…
Las respuestas que generó el caso Weinstein fueron múltiples y alargadas como las ramas de un árbol incalculable, aún en crecimiento. El #MeToo se coló en todas las conversaciones cotidianas y en la agenda política.
Todas las semanas, hombres con posiciones privilegiadas en la industria del espectáculo, la música, productores de cine, editores de revistas, actores famosos, chefs, médicos, periodistas y fotógrafos están siendo señalados y afrontando consecuencias. Los héroes deportivos tampoco escapan al revisionismo. Y el impacto ha ido más allá de Hollywood: “Se ha levantado el telón y puede que definitivamente. Ahora lo que da vergüenza es aguantarse”, sintetizó la filósofa española Amelia Valcárcel.
¿Por qué ahora y no antes? ¿Por qué a raíz de las denuncias contra Weinstein? Seguramente, la respuesta haya que buscarla en la expansión de los movimientos feministas. El fuego no se prendió solo.
Explosión y expansión
La lucha feminista comenzó hace mucho tiempo, pero 2017 parece haber marcado un antes y un después. Salimos a la calle. Tomamos las redes sociales: #NiUnaMenos #VivasNosQueremos #WomensMarch #YoTambién y #BringBackOurGirls, difundido tras el secuestro de 300 mujeres en Nigeria, son algunos de los hashtags más populares en Twitter. Funcionaron como excusa para debatir en la mesa con amigos, familiares, en el trabajo, en las redacciones y en chats de WhatsApp.
El feminismo comenzó a ocupar espacios en la televisión hasta colorarse en el prime time (horario de máxima audiencia) y sacudir las estructuras más grandes del cine. En Argentina, por ejemplo, el presentador Jorge Rial abrió el debate sobre la igualdad en su programa de chimentos Intrusos, uno de los más vistos del país. Allí, en el mismo living donde habitualmente se habla de la farándula, cuatro mujeres expertas en el tema se expresaron sobre abuso sexual, trabajo no remunerado y violencia machista durante más de 150 minutos. Y el público aceptó.
“El feminismo se consolidó como una estructura de sentimiento más allá de la academia, de la clase media universitaria, del circuito cultural porteño y se volvió popular”, escribió la cronista María Florencia Alcaraz en un artículo publicado la revista Anfibia.
Ya en enero de 2017, antes de la propagación del #Metoo, miles de mujeres coparon las calles de Estados Unidos con gorros rosados (“pussy hats”) y orejas de gato en alusión a la vagina como símbolo anti Trump. Pidieron más respeto por los inmigrantes, la comunidad LGTBI y la salida de un presidente que se declaró abiertamente misógino y discriminatorio. Una movida que se replicó frente a las embajadas estadounidenses de varios países.
Las protestas siguieron. En febrero, tres mujeres que tomaban sol en topless, en una playa del balneario bonaerense de Necochea, fueron obligadas por unos 20 policías a cubrir sus pechos bajo la advertencia de que serían detenidas por violar una norma penal. La respuesta fue un “tetazo” masivo que llenó las plazas del país de mujeres amamantando.
El 8 de marzo se conmemoró el Día Internacional de la Mujer y un mar de personas se unió en diferentes países. Las caminatas, las banderas, las pancartas, los tatuajes, las trans, la brillantina, los gritos, los labios pintados, las canciones y las tetas al aire no fueron en vano. Ese mismo mes, cientos de mujeres solicitaron a través de la plataforma Change.org que la RAE evaluara la descripción de mujer como “sexo débil”, y consiguieron que en 2018 se aclare que esta expresión se utiliza con “intención despectiva o discriminatoria”.
El término “feminismo” fue elegido como la palabra del año según el diccionario estadounidense Merriam-Webster, tras haber recibido un 70% de consultas más en su edición online que años anteriores. La revista estadounidense “Time” dedicó su portada a “las que han roto el silencio”. Cinco mujeres, todas vestidas de negro con los ojos iluminados y la mirada provocadora. Cinco mujeres que a lo largo de los últimos meses habían denunciado el acoso sexual y relatado sus historias. Ashley Judd, Taylor Swift, Susan Fowler, Isabel Pascual, Adama Iwu y el brazo de una mujer anónima que representa a todas aquellas que aún no se han animado a hablar. Esa fotografía resume el espíritu de este tiempo y no será fácil de olvidar. “Es el cambio social más rápido que hemos visto en décadas y comenzó con actos individuales de valentía por parte de cientos de mujeres que dieron un paso adelante”, escribió el editor de Time.
En julio la revista New York Magazine hizo lo suyo con otra tapa memorable. En blanco y negro, sentadas en sillas aparecía cada una de las mujeres que habían acusado al cómico Bill Cosby de violarlas. En su mayoría blancas y de edades variadas, posaron con semblante serio sobre un pie de foto en el que se lee el nombre y apellido de cada una. Y quedó una silla vacía que puede ocuparse en cualquier momento. Las denuncias que salieron a la luz provocaron que el actor perdiera varios contratos de trabajo. También, que pidieran al expresidente Barack Obama que la Casa Blanca revoque un premio oficial otorgado al comediante en 2002.
De pronto, las estrellas, inmortales, dejaron de verse tan lejanas. Ya no importa si es una actriz de Hollywood, mundialmente conocida y millonaria, o cualquier otra mujer: todas tenemos los mismos miedos y dificultades cuando somos víctimas de acoso.
En mayo se celebró el festival de Cannes y una de las integrantes del jurado pidió más presencia femenina. “Nos estamos perdiendo muchas historias”, declaró la directora, guionista y productora alemana Maren Ade.
Y hubo otros eventos del cine, la cultura y el espectáculo que fueron testigos de discursos feministas a cargo de grandes estrellas. En Globos de Oro, por ejemplo, las mujeres se expusieron vestidas de negro en uno de los espacios más visibles del mundo: la alfombra roja. Las actrices llegaron acompañadas de activistas por los derechos de las mujeres que posaron frente a las cámaras y explicaron su trabajo frente a las cadenas televisivas. Allí, la presentadora de televisión estadounidense Oprah Winfrey aprovechó la retransmisión de carácter mundial para lanzar sus líneas de acción. Representando a las mujeres negras, aunque en una posición privilegiada y desde su visión capitalista del mundo, habló de empoderamiento y autonomía.
Ya en 2014, la abogada estadounidense Gloria Allred, conocida por defender casos de abuso sexual, había pisado la alfombra roja con una leyenda en su cuerpo: “Equal rights for LGTB” (Igualdad de derechos para la comunidad LGTB). Y en 2015 un grupo de actrices participó de una campaña denominada Ask her more (pregúntale más) con el fin de liquidar, de una vez, con las preguntas sexistas.
“El hecho es que las mujeres de Hollywood finalmente se despertaron frente a lo que las activistas saben desde hace años. Esto es: la ropa habla con la misma potencia que las palabras y se puede usar como un arma acorde. Finalmente tomaron el control (o al menos el semicontrol) de componer su imagen por ellas mismas. Y eso significa que ahora debemos prestar atención a lo que usan –que no es lo mismo que decir quién hizo el vestido en cuestión o puntuarlo del 1 al 10–. Eso es solo publicidad e inseguridad”, escribió la editora de moda de The New York Times.
Voces disonantes
Con el caso Wienstein quedó demostrado que las mujeres, cuando nos sentimos acompañadas, nos animamos a denunciar. Sin embargo, otras alertaron que es “peligroso” de dejarse arrastrar por este fenómeno. Una de ellas fue la académica inglesa Mary Beard quien denunció que un hashtag no cambia nada. “Si quieres solucionar el problema, no es suficiente encontrar gente que lo señale en el pasado. Tienes que cambiar el equilibrio del poder”, sostuvo en una entrevista con El País de Madrid.
En el mismo sentido, la escritora y activista canadiense Margaret Atwood, autora del bestseller “El cuento de la criada”, manifestó que el #MeToo es el síntoma de un sistema legal roto. “Con demasiada frecuencia, las mujeres y otros denunciantes de abuso sexual no encontraron una audiencia imparcial en las instituciones ni en las estructuras corporativas, así que utilizaron una nueva herramienta: internet. Esto ha sido muy efectivo y lo hemos recibido como una llamada de atención masiva, pero, ¿qué viene después?”, se preguntó.
En tanto, un centenar de artistas e intelectuales francesas lanzaron un polémico manifiesto en el que critican el “puritanismo” de la campaña contra el acoso. “La violación es un crimen. Pero el flirteo insistente o torpe no es un delito, ni la caballerosidad una agresión machista”, opinaron personalidades como la actriz Catherine Deneuve, la escritora Catherine Millet, la editora Joëlle Losfeld o la actriz Ingrid Caven. “Si no tenemos una legislación o algo que genere consecuencias reales ante quienes cometan estos delitos, se va a quedar sólo en una expresión verbal”, juzgó, por su parte la escritora mexicana Guadalupe Loaeza.
También remarcó la falta de autocrítica del movimiento la escritora y docente colombiana Carolina Sanín. “No veo que las mujeres estén haciendo tampoco, en medio del movimiento, un examen de sus complicidades con el sistema patriarcal”, escribió en una columna de opinión publicada en el sitio web VICE.
Más allá del #MeToo
La iniciativa “Yo También” ha tendido puentes y ha logrado unir a miles de mujeres que alguna vez han sido acosadas. Además, inició una campaña llamada #TimesUp (se terminó el tiempo) de recaudación de fondos con el objetivo da cortar con la brecha económica y simbólica entre hombres y mujeres en el trabajo e impulsó innumerables debates. Pero aunque la dimensión que ha adquirido esta iniciativa nos demuestra que estamos dando un paso al frente, también nos recuerda la cantidad de abusos que aún no han sido denunciados. Ahora el desafío es traspasar las redes sociales donde un día subimos una cosa y al otro día nos olvidamos.