A pocas leguas del Cabo Trafalgar se inspira en hechos acaecidos en un Centro de Estudios donde un grupo de profesores jóvenes y comprometidos coinciden a los pocos años de la muerte de Franco. Entusiastas y convencidos de que ha llegado el momento, se proponen reformar de una vez la enseñanza, siguiendo así la estela de aquellas personas ilustradas y librepensadoras que lo habían intentado en épocas pretéritas. Con la complicidad del alumnado le dan un vuelco a todo, pero los poderes de siempre, como tantas otras veces había sucedido, permanecen ahí, agazapados en puestos jerárquicos y burocráticos, nada resignados a perder privilegios o prebendas ni tampoco dispuestos a quedarse con los brazos cruzados. Los acontecimientos transcurren en paralelo al intento del golpe de Estado de Tejero, una revuelta militar fallida pero que marcará nítidamente algunas líneas rojas que ni los reformadores de la educación ni los de la política nacional deben siquiera pensar en traspasar. La obra interesará a toda persona que haya vivido tiempos de cambio y que haya deseado que la profecía de Machado: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, no se cumpla más.*
A continuación, un breve adelanto.
Se lo habíamos escuchado en otra ocasión y Filippo, al no haber sufrido ninguna sanción, estaba crecido.
—El cerebro de las mujeres es menor que el de los hombres. Pesa menos. Eso está comprobado científicamente. Por tanto, su inteligencia será menor, ¡digo yo!
Adiviné el sufrimiento de Pepa y no pude evitar responder, con una voz decidida e impropia en mí que, según su razonamiento, el cachalote era una criatura con una inteligencia muy superior a la del ser humano, pues su cerebro pesaba varias veces más, como bien sabíamos en los pueblos de pescadores. Y añadí haciéndome el gracioso:
—Pero ningún cachalote es capaz de vencer a un marinero al tute, que se sepa.
Silencio sepulcral. La clase se quedó alucinada y muerta de ganas de reírse. Más de un compañero miraba al suelo y se mordía el labio para reprimir la carcajada. Filippo no se lo esperaba. Se había quedado boquiabierto, aturdido, sin reacción. Entonces, el solidario Litri, con el ánimo de desviar la previsible ira de Filippo sobre mí, aprovechó aquel instante de silencio para soltar:
—Profe, tampoco me imagino yo a un cachalote resolviendo esas ecuaciones de segundo grado que tan bien dominamos gracias a usted.
La clase no aguantó más y estalló una carcajada colectiva que se debió escuchar en todo el edificio.
Filippo siguió noqueado otro segundo más. Que alguien le respondiera no tenía precedentes en su clase. Que lo hicieran dos alumnos aventajados, menos aún. Pero al final reaccionó: sería machista, pero no tenía un pelo de tonto y no pensaba perder la complicidad que le unía a tantos varones en el aula como podría suceder si nos soltaba un improperio.
—¡Ehhhh! Os creéis muy listos, Martín y Miguel. ¿Qué queréis, que una ballena baraje las cartas con las aletas dorsales para demostraros lo lista que es?
Su hábil respuesta provocó nuevas risas y logró un digno empate, permitiéndole salir airoso del envite, pero lo cierto es que nunca más volvió a utilizar aquel argumento rancio sobre el peso del cerebro femenino para degradar a las mujeres.
A los pocos días me crucé con Candela por las escaleras del Instituto.
—Así que el cerebro de una ballena pesa más que el de Filippo, ¿eh?
Sonrió, me hipnotizó con su mirada azul y me dio un beso en la mejilla. Supongo que me puse colorado, pero, afortunadamente, nadie más bajaba o subía los peldaños en aquel momento, pues me hubiera muerto de vergüenza.
* Texto de la contratapa. A pocas leguas del Cabo Trafalgar, Manuel de la Iglesia- Caruncho, Colección Máquinas de las palabras, 274 páginas.