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El virus de la desigualdad y el mundo que necesitamos construir
La pandemia por el Covid 19 ha producido grandes y rápidos cambios en nuestras formas de relacionarnos, convivir y trabajar. Ha quedado claro que no se trata, solamente, de la emergencia sanitaria y sus efectos en la pérdida de cientos de miles de vidas humanas. Se ha desnudado una crisis de carácter civilizatorio, que pone en cuestión los fundamentos mismos del actual modelo económico, político, social, cultural y ambiental.
Esta crisis ha mostrado la esencia misma del capitalismo, su necesidad de asegurar la acumulación de riqueza, de poder y control político a través de la súper explotación del trabajo y la destrucción de la naturaleza. Nos ha develado cuán entrelazados están el patriarcado, el racismo y el colonialismo, expresados en pobreza, desigualdad, misoginia, lesbofobia, homofobia, entre otros síntomas del intento despiadado por continuar un tipo de desarrollo “sin fin” que consagra formas de vida inviables, no sólo para el conjunto de la humanidad, sino para la sobrevivencia misma del planeta.
La pandemia afecta a todas las personas
Pero no de la misma forma. Ha dejado al descubierto las enormes desigualdades en el mundo, entre regiones, entre países, entre personas. La desigualdad que caracteriza y pesa sobre América Latina y el Caribe, se amplificó en tiempos de pandemia. Sus efectos se ensañan con aquellos sectores de la población que han sufrido históricas exclusiones y privaciones, con quienes viven en condiciones precarias y se encuentran en mayor vulnerabilidad, con quienes trabajan en la informalidad, con quienes por su edad, su orientación sexual, identidad de género, origen étnico, ven sus posibilidades de reaccionar limitadas y sus derechos cada vez más restringidos.
A pesar del progresivo debilitamiento de los Estados para promover los derechos sociales y colectivos, los efectos de la pandemia han demostrado que son fundamentales para encarar la crisis y asegurar la provisión de servicios básicos y protección social. Sin embargo, sus capacidades se han visto rebasadas por la emergencia sanitaria y erosionadas por la progresiva disminución de su rol regulador y la reducción de los presupuestos que habían destinado a salud pública, educación y empleo. En muchos de ellos, la ausencia de mecanismos efectivos de control y rendición de cuentas, han dejado al descubierto la ineficiencia y la corrupción de políticos y empresarios que supeditan los derechos de las ciudadanías a las exigencias del mercado.
La pandemia ha sido utilizada como pretexto para avanzar hacia el autoritarismo estatal, que en varios países de la región ya se ha venido manifestando con represiones violentas y visiones fundamentalistas y antiderechos. La presencia de policías y militares en las calles, como medidas biopoliticas que aseguren la prevención contra el virus, conllevan el riesgo de permanecer después que la pandemia sea superada. En varios países éstas son utilizadas para reprimir movimientos y protestas sociales, restringiendo los derechos humanos y ampliando los mecanismos de control sobre la población, sobretodo en los barrios populares y en contra de la población negra y pauperizada, en el marco de democracias ya debilitadas.
Se dice muy fácil
La cuarentena ha sido priorizada como una de las medidas más eficaces para luchar contra el virus, pero “Quédate en casa” tiene diferente significado para quienes no la tienen, para quienes viven en situación de hacinamiento o no pueden permanecer en ella porque el sustento familiar depende de los ingresos diariamente conseguidos en la calle. “Lávate las manos” se dice muy fácil, pero tiene diferente sentido para quienes no cuentan con agua potable, electricidad, ni otros servicios básicos y no pueden seguir la educación a distancia porque no tienen computadora, ni teléfono inteligente, ni acceso a internet.
“Quédate en casa” se dice muy fácil. Pero las casas pueden ser el lugar menos seguro para miles de mujeres, niñas y niños: la mayoría de sus agresores están en el entorno familiar. Algunos países vieron duplicar los registros de casos de violencia doméstica e incrementar el número de feminicidios y violencia sexual de manera alarmante durante el confinamiento.
Los insuficientes esfuerzos realizados por los Estados para enfrentar la violencia de género, han quedado una vez más en evidencia: los derechos de las mujeres no son considerados prioritarios para las autoridades en tiempos de “normalidad”, menos aún en tiempos de pandemia.
La cuarentena ha sido usada como pretexto para suspender servicios de salud sexual y reproductiva, atención gineco-obstétrica o provisión de anticoncepción, y se hace casi imposible acceder al aborto, incluso en los casos previstos por las leyes.
Sectores fundamentalistas han aprovechado el contexto de la crisis sanitaria para reiniciar los ataques contra la igualdad de género, y posicionar visiones conservadoras y contrarias a los derechos de las mujeres y las diversidades sexuales no hegemónicas. Es mayor la vulnerabilidad en que se encuentran las trabajadoras sexuales y las mujeres trans dedicadas al trabajo sexual.
De la mano de la violencia simbólica, el contexto de temor al contagio ha sido el caldo de cultivo para exacerbar y amplificar discursos de odio, reproduciendo prejuicios y prácticas discriminatorias contra personas y pueblos indígenas, afrodescendientes y de las diversidades sexuales no hegemónicas.
El cuidado del trabajo. El trabajo del cuidado
El mundo del trabajo se reestructura para mantener el sistema intacto, consustancialmente racista y patriarcal. En el contexto de pandemia y encierro, esta dinámica se extiende y lleva a una explotación mucho más aguda del tiempo laboral y de las subjetividades de la clase trabajadora, en especial de las mujeres, con sus extensas e intensas jornadas, a menudo simultáneas, entre el trabajo “reproductivo” y el trabajo “productivo”.
Las actividades del cuidado nunca se detuvieron. Quedó demostrado que el trabajo doméstico no remunerado sostiene el corazón de la vida cotidiana y tiene un valor económico que debería ser medido y reconocido. Ese trabajo recae injustamente sobre las mujeres, a quienes históricamente se les ha impuesto esa responsabilidad y que la realizan de forma gratuita dentro del hogar, o remunerada, cuando lo hacen en casas de otras personas.
Las trabajadoras domésticas remuneradas, en general expuestas a formas laborales ya precarias, en el contexto de la pandemia están sujetas a prácticas abusivas que van desde la pérdida de sus puestos de trabajo, al confinamiento en los hogares de los/las empleadores/as con sus derechos laborales vulnerados.
El trabajo comunitario de mujeres en la provisión de alimentos, a través de las ollas populares, ha sido fundamental para sostener el confinamiento y los efectos de la caída de las economías, pero este trabajo no es reconocido ni valorado como tal por vía de derechos.
En esta crisis, la importancia absoluta del trabajo, y por lo tanto de la clase trabajadora, es más evidente que nunca, y la importancia del trabajo doméstico se revela sin rodeos.
¿De qué “normalidad” están hablando?
El discurso estatal quiere llevarnos hacia una “nueva normalidad”. Pero ¿de qué normalidad están hablando? ¿Es normal un sistema que prioriza el consumo y el lucro sobre las necesidades de la gente? ¿Que existan fortunas incalculables que no pagan impuestos? ¿Es normal que cientos de millones de personas vivan en la miseria? ¿Es normal que las mujeres tengan menos derechos que los hombres? ¿Que la tierra que habitamos sea tan expoliada que ni el aire que respiramos, ni los alimentos que comemos sean “normales”?
La actual crisis se convierte en una oportunidad única para construir otro tipo de vida, otro tipo de Estado y de instituciones. Implica una disputa de sentidos sobre el mundo que queremos. Nos invita a confrontar el capitalismo heteropatriarcal, racista y colonial para crear nuevos imaginarios colectivos.
Los movimientos sociales y -entre ellos- el movimiento feminista en su pluralidad, a lo largo y ancho de los continentes, han denunciado el proceso de mercantilización de la política, horadando la perspectiva hegemónica que reduce la democracia a los procesos electorales, pero desconoce las otras múltiples dimensiones de las relaciones sociales. El feminismo colocó a la vida cotidiana como una dimensión de la democracia, como una forma de organizar la vida social. Requiere de narrativas, acción y propuestas, forjadas en la pluralidad de las prácticas y desde la experiencia concreta de la vida de todos y de todas, marcadas por desigualdades de clase, de raza, de etnia, de sexo, de género. Es necesario avanzar hacia una democratización de la democracia, que recupere su sentido de justicia, igualdad y libertad para todas las personas, y que coloque en el centro de la política la sostenibilidad de la vida.
No queremos una “nueva normalidad” que mantenga las desigualdades y los privilegios de siempre, pero con el tapabocas puesto. Queremos políticas que impulsen transformaciones capaces de generar cambios estructurales.
Debemos pensar en un modelo que coloque las relaciones sociales y con la naturaleza en una dimensión central; que impulse cambios firmes en las políticas de redistribución de la riqueza y en las dinámicas de consumo, que priorice el bien común y no la acumulación, y que garantice la libertad en la vida sexual y reproductiva como una dimensión de la ciudadanía. Un modelo donde el papel del cuidado que “naturalmente” hacen las mujeres, se convierta en el trabajo más importante y necesario, y que el trabajo productivo y reproductivo sea hecho de forma compartida como una práctica social libre y plena de sentido. El cuidado se propone como un derecho universal, transversal e intercultural y abre la posibilidad de recuperar nociones como la solidaridad, la reciprocidad y la interdependencia entre los seres humanos y entre estos y la naturaleza, para reinventar las formas de vivir, soñar y preservar la vida
Como corriente feminista de pensamiento y acción, afirmamos nuestra determinación para avanzar en el fortalecimiento y en la lucha del movimiento de mujeres para transformar el mundo, que urgentemente requiere:
Universalización de sistemas corresponsables de cuidados – Reconocimiento al trabajo no remunerado de las mujeres y su integración a las cuentas nacionales – Renta básica universal – Liberalización de patentes para medicamentos – Soberanía alimentaria y formas de producción y consumo sostenibles – Asegurar a los pueblos el derecho a sus territorios – Protección y acceso a los bienes comunes y preservación de la naturaleza – Garantía universal de los derechos económicos, sociales, políticos y culturales – Sistemas públicos de salud, educación y seguridad social – Erradicación de todas las formas de discriminación y violencia contra las mujeres – Erradicación del racismo – Garantizar el ejercicio pleno de los derechos sexuales y los derechos reproductivos.
NUESTRA VOZ NO ESTÁ EN CUARENTENA
EXIGIMOS EL FIN DE TODAS LAS FORMAS DE CRIMINALIZACIÓN POLÍTICA.